Tuesday, April 21, 2020

La Duendecilla Preguntona [autor: Charlie, Jose Ramón González]


La Duendecilla Preguntona

autor:  Jose Ramón González [Charlie]


© Copyright 2020


 



          En  lo más intrincado de un colorido bosque, allá en aquel país desconocido y sin nombre, acababa de nacer un hermosa y pequeñísima  criatura, con apenas un centímetro de tamaño.   Húmeda  aún por el rocío de la mañana,  sus sollozos  de recién nacida  despertaban  a todos los habitantes de la floresta, era Lía  la nueva integrante de la familia de los Duendes. 

       Claro,  debemos aclarar que los  Duendes tienen un régimen jerárquico y de especialización de sus deberes.   Se dividen en varios grupos  acorde  al trabajo que les toca realizar por cuestión hereditaria.  Así  de generación en generación los encargados de la limpieza del bosque  seguirán por la eternidad haciendo ese tan preciado trabajo, de la misma forma que  los encargados del orden y los aspectos legales y jurídicos del mismo, o  sea los  abogados,    se encargarán  siempre de  darle  solución  justa  a todos los litigios de la comarca.   



Por otra parte,  también  están los recolectores, los pescadores,  Mmm..., disculpen ha habido un error en la narración,  puesto que es importante  recalcar que los Duendes solo  se alimentan de vegetales y frutas, me refería a los constructores, (jijiji).    Bueno,  el hecho es  que había de todo  tipo  de trabajos  inimaginables y con una alta  especialización,  trasmitida de padres a hijos,  propio de una sociedad donde todo, absolutamente todo,  provenía de la naturaleza.


        La pequeña Lía pertenecía a un linaje muy  exclusivo  dentro de esta sociedad de Duendes, ya que  sus padres pertenecían al grupo más preciado  de  esa mini -civilización,  pues  eran los centinelas del tesoro duendecillo.  
  Cualquiera al escuchar la palabra tesoro  tal vez pueda  pensar en un cofre gigante de piedras preciosas: diamantes, rubíes, esmeraldas, crisantemos, zafiros, aguamarinas,  Uyyy,  debo parar  pues de pronto el cuento  deslumbraría  al lector con su brillo, y por supuesto,  ése no es el propósito,  ¿verdad? ...

Bueno,  pues no piensen  mucho en un tesoro material de  tal  envergadura,  el tesoro de los  Duendes es su sabiduría, y solo un pequeño grupo de los habitantes del bosque tenían ese inmenso privilegio,  de trasmitir de generación en generación,  la sabiduría secreta e ilimitada de los  Duendes.  Por supuesto,  mi  querido lector, esa sabiduría  no venía de la nada, era la recopilación  de  miles  y  miles  de  años  de  convivencia  de  una   civili-duendización   a través de muchos,  pero muchos años.

     Lía,   como integrante de una familia de tesoreros,  no podía ser diferente  al resto  de los de su linaje.  La  característica más prominente  de un tesorero,  es la constante pregunta  a flor de labios, la  comunicación  persistente  con animales,  plantas,  flores, piedras,  aire, agua, fuego.   En fin, que  cada uno de los elementos del entorno de un bosque,  puede ser el  blanco perfecto para preguntas de un Duende tesorero.   Por supuesto,  existe otro detalle de los  Duendes tesoreros, y es que ellos además,  pueden comunicarse con animales y plantas, y reconocer el lenguaje del  agua, del viento, del fuego,  y de ahí que todos los elementos de la tierra  están extremadamente bien controlados en aquellos lugares donde habitan estas pequeñas criaturas.


        Pero, volvamos  a la pequeña recién nacida que ya al paso del tiempo  aprendió a caminar y conoció  el lenguaje de los animales y de las plantas. A  cada momento,  no dejaba de saludar y conversar con sus amigos del bosque.   -¡Buenos Días  Señora Rana! - ... - ¡Croac, Croac!-,  respondía la rana,  que  apresurada saltaba entre las hojas del junco, en busca de un  pequeño insecto  que llevarse a su enorme boca.   - ¿No tendría usted el más mínimo  tiempo para atenderme?- replicaba Lía,     -pues la verdad,  tengo  unas cuantas  preguntas que hacerle, por favor,  solo son unas  veinte  o treinta. -...  -¡ Croac, Croac,  mi amiga,  estoy  muy, pero muy atareada en encontrar alimento  y cuando el estómago está vacío,  la cabeza no piensa-   protestó  la rana. 
   

       Pobre Lía,  en su afán por conocer y que otros le prestaran atención, no se daba cuenta de lo desmesurada que corre la vida en un bosque.   Todos, animales y plantas,  siempre tienen algo que hacer ya sea de día o de noche.   Pero claro,  Lía era descendiente de tesoreros, y ellos son muy persistentes, preguntones, y acopiadores de sabiduría, solo así se llega a alcanzar tal nivel de conocimiento.   Y  es que  Preguntar,  mis queridos lectores,  es la puerta del conocimiento, detrás de cada pregunta hay una respuesta.    Así ,  nuestra pequeña protagonista  no se  cansaba de preguntar y establecer amistad con cada uno de los amiguitos  del bosque, lo cual era una tarea difícil,  pues en ocasiones,  era rechazada por alguno que otro,  alegando,  - ¡Ufff,  mira que esa niña pregunta y no deja que uno realice sus  habituales tareas !-



       No siempre todos le respondían  así.  Por ejemplo,  su mejor amiga  la ardillita  Rufina, todo el tiempo la montaba encima de su lomo,  y a la par que hacía  sus quehaceres del día,  respondía  todas sus preguntas ya que  por ser de su propia generación, compartían los mismos  juegos.   Y Lía  no cesaba de  dirigirle  una pregunta tras  otra  a su confidente amiguita...  - ¿Por qué las ardillas tienen esos dientes tan grandes?-... preguntaba,   - Pues porque somos roedores-  replicaba Ruffina -  y los roedores necesitamos dientes así  para poder roer las semillas,  las ramas de los árboles,  las frutas con cáscara muy dura como la nuez. -    Y continuaba la duendecilla,   - ¿Y por qué siempre  están tan apuradas? ... 
-Pues porque el día es muy corto, el invierno se acerca y tenemos que recopilar la mayor cantidad de semillas para tener abundante comida en nuestro refugio durante las nevadas-   respondía dulcemente su amiga la ardilla.   


       Así  transcurrían  los días y los meses,  en la vida de nuestra pequeña Lía,   nuestra amiguita que  ya había crecido  un  centímetro y medio, que proporcionalmente para los humanos  correspondería  a  un  metro y medio.  Lía se había convertido en  toda una bella  joven Duende,  ataviada  con hermosos collares,  adornos florales en su pelo y  con  exuberantes olores de los más  rebuscados perfumes naturales de la campiña:  un día olía a rosas;   otro día  a margaritas; y  otro a claveles;   siempre  un olor distinto  pero agradable en su pequeño cuerpecito.  Lo más impresionante  no era la belleza de la pitufina, sino todo el caudal de conocimiento que había adquirido en toda una vida  de pregunta  tras pregunta.   Era la duendecilla acaudalada del más inmenso tesoro de los Duendes,  pues su riqueza en sabiduría era tal , que  no había un habitante en el país sin nombre, ya fuera Duende, animal o planta, que no se alimentara  de su conocimiento.

         En toda la comarca  solo había un habitante  que no compartía  amistad con Lía,   alguien que muchas veces renegó  de sus preguntas,  y se consideraba todo un sabiondo,  conocedor de todos los árboles,  del sabor de todas las plantas,  conquistador de las profundas aguas de los ríos,  y hasta alardeaba de ser un gran arquitecto, ingeniero civil, matemático,  y el más hábil  constructor de diques.  Ya  con esas características, mi querido lector,   se habrá  dado cuenta de quién  estamos hablando....Mmm, digo escribiendo.   Era  nada más y  nada menos que  un castor,  Rogelio,  y  hasta su nombre suena sangrón.    Algo así   como Ramón,  Ufff,  peor todavía,  pero bueno, así era su nombre Rooo-geee-lii-oo,   con R,  con  G   y con O.   

       Disculpen esta pequeña demora en mi relato, mis queridos amigos,  pero bien vale la pena mencionar  despacio este nombre que tantos problemas les trajo a los habitantes de aquel  bosque que hasta ese momento vivían tan felices,  hasta que  un inusitado  suceso aterrador tomó lugar.    

       En más de una ocasión se había suscitado alguna que otra controversia  entre nuestra pequeña duendecilla y el preponderante castor Rogelio.    Todo giraba alrededor de un viejo proyecto del roedor,  que  planificaba desde hacía  algún tiempo , construir su obra maestra, un enorme dique, que según él  iba a cubrir de gloria a toda su familia por los siglos de los siglos.      Semejante dique necesitaba de muchísima  madera  que  aniquilaría  la mitad del bosque en su afán.  Además,  necesitaría remover tanto lodo  alrededor del río,  que los vecinos del lugar cambiarían  su bello paisaje de árboles y flores por solo un aburrido pantano de lodo y tocones destruídos.   




       Todo esto,  afectaría el oxígeno del bosque,   el hábitat de sus moradores,  el suelo se desgastaría,  vendría la sequía por carencia de lluvia,  y serían muy escasos los alimentos en el bosque.    Pero claro,   existían  algunos aliados del castor,  como  los cocodrilos, felices  de expandir su pantano;  las serpientes,  deseosas de ser partidarias de semejante festín;  y muchos insectos,  que  ya se creían los reyes del pantano,  como el  bien conocido y fastidioso mosquito.


      Pues así,  tal y como se los cuento,  sucedió.   El  oportunista  castor arruinó  medio bosque, dejando  sin  casas a muchos de sus vecinos.   Los  pobres pájaros del bosque tuvieron  que reconcentrarse en otros lugares menos propicios;   las mariposas dejaron de libar las flores ya extintas;   las ardillas,  entre ellas Rufina,  lloraban despavoridamente por la pérdida de sus refugios;  el pájaro carpintero perdió  su trabajo pues cada vez  había menos árboles que tallar;   y qué  decir de los Duendes.   Estos tuvieron que reunirse en una asamblea para discutir  la difícil  situación que enfrentaban.    Los tesoreros de la comarca  reunidos,  no llegaban a un acuerdo  referente a qué  medidas  tomar para paliar la situación.    


       Un dolor inmenso  anidaba en todos los corazoncitos de los Duendes  y  de  cada uno de los habitantes del bosque, pues  la situación era desastrosa.    Hasta se decretó  zona de desastre,   y las brigadas de fenómenos naturales se  dezplazaban  por todo el bosque tratando de encontrar una solución.    Solo existía una esperanza en situación  tan crítica,   y esa esperanza tenía un nombre “Lia”,  la duendecilla de más conocimiento  acumulado de tanto  preguntar  una y otra vez.    Lía  había  urgado  tan profundamente  que poseía una gran  sabiduría, y  por ello,  ahora en sus manos  estaba la salvación  del bosque.   A  una sola voz todos  clamaron…
- ¡ Liaaaa, Liaaaa, dános tu sabiduríaaa !! -.  




       Y  ahora,  allí,   aquella  figura tan pequeñita,  frente a todos los habitantes del bosque,  se  veía  como un  colosal  monumento,   enorme de corazón y espíritu,    con  tal  tristeza   en  la profundidad  de su  alma  por  ver   el desastre  que enfrentaban,   que una  luz ancestral  iluminó   su mente y  le hizo   exclamar,  con cierto matiz de seguridad ... 
- No os preocupéis habitantes del país sin nombre,  yo os daré  mi sabiduría,  proveniente de  mi  constante   preguntar día tras día,  y la respuesta  a todas sus  inquietudes  está  en mi mente,  y  me debo a ustedes.-      Enseguida una algarabía  multilíngue  se dejó  escuchar acompañada de gritos y vítores,   dejando entender que la esperanza había retornado al bosque.


        Como Divina Providencia cada una de las medidas tomadas por Lía parecía  haber venido de Dios.    Con justa y oportuna designación ordenó  a cada uno de los moradores  una misión  diferente.


       A  los pájaros  y a los insectos beneficiosos,  les pidió  que trajeran semillas del lado  del bosque que aún no  había sido  destruído;    a los topos les ordenó   preparar la tierra  nuevamente con esa habilidad que tienen de abrir huecos.   Luego  de sembradas las semillas, les   pidió  a los caballos salvajes  que trotaran encima del campo sembrado,  para así  taparlas y  que no quedaran  expuestas al sol;   a  las golondrinas  les pidió que  arrojaran  bolitas de lodo  y tierra seca  sobre la pradera inundada.   Así  mismo,  pidió  a los eucaliptos,  esos árboles grandes consumidores de agua,  que secaran los pantanos.   Al germinar los árboles,   muy pronto las mariposas y los colibríes  comenzaron a traer el  polen para polinizar las flores y  que dieran frutos.    Hasta los más pequeños hicieron  de las suyas para restablecer el orden,  pues las bacterias beneficiosas convirtieron los desechos en abono productivo  para los árboles.



       En muy poco tiempo ya el bosque había cambiado su apariencia y todos  sus habitantes felices  agradecían  a  Lía por esa gran sabiduría. El malvado Rogelio  y su camarilla  fracasaron en  hacer del  bosque un enorme pantano,   y  no pudieron  construir   una presa para el río,  que no era más que  para su propio beneficio y  el  de  sus amigotes, porque  al venir nuevamente  la lluvia y el  viento  comandados por  Lía,   destruyeron el dique  y el río volvió  a tomar  su cauce.    Todo,  todo volvió  a la normalidad,  y  eso  gracias  al   tesoro  acumulado por Lía  en su  constante  preguntar.




Frente a todo el bosque ahora está  nuestra protagonista  dando un consejo a todos los habitantes , y empieza diciendo:
-Mis queridos amigos,  les doy  las gracias de corazón  a todos, porque unidos hemos  logramos restablecer  nuevamente al bosque,  y se han dado cuenta que la sabiduría   viene de cada uno  de ustedes,  ya que  cada uno juega un papel importante en el ciclo de este bosque, cada uno forma parte de una cadena, cada uno con su propia  sabiduría hace que seamos un país de sabios.  Esa  sabiduría en cada uno  ha sido trasmitida por nuestros padres  y nosotros la trasmitiremos a nuestros hijos.-

Y  concluyó diciéndoles...
 -No hay sabiduría  que  no se adquiera  preguntando,  estudiando,   a través del juego con nuestros amigos y familiares.   No hay sabiduría  si no hay  preguntas,  pues detrás de cada pregunta,  siempre habrá  una respuesta,  un conocimiento, y por eso   les aconsejo tener paciencia con aquéllos  que pertenecemos al grupo de los tesoreros del bosque,  pues  es  en  nosotros donde  está  guardada la semilla del conocimiento  para  que en  momentos como éstos,  confíen en nuestras  preguntas,  y  dediquen tiempo a escuchar nuestros razonamientos,  pues  solo así,  salvarán al bosque cuando sea necesario.-



''A quien teme preguntar, le avergüenza aprender.''                                                            (Proverbio Danés)
''Hacer preguntas es prueba de que se piensa.''                                             (Rabindranath Tagore, filósofo hindú)

FIN


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