Sunday, January 29, 2012

La Virtud Por el Rev. Martín N. Añorga

Diario Las Americas
Publicado el 01-28-2012
La Virtud
Por el Rev. Martín N. Añorga
 
¿Qué es la virtud? Es, “desde cualquier punto de vista que se considere, el sacrificio de uno mismo”, escribió Denis Diderot; pero aligerando un concepto tan estricto, La Rochefoucauld dijo que “la virtud no llegaría tan lejos si la vanidad no le hiciese compañía”. Muchas definiciones pudiéramos mencionar. Yo prefiero, sin embargo, la de José Martí: “la virtud es un hada benéfico, ilumina los corazones por donde pasa; da a la mente las fuerzas del genio”.

La palabra “virtud” proviene del latín “virtus”, un derivado de “vir”, que significa hombre. En Roma existían dos clases muy diferentes de hombres, el “vir” y el “homo” El apelativo de “vir” se usaba para designar al señor, al guerrero, al rico y al poderoso. Su raíz es la de la palabra virilidad. Es curioso que la palabra virtud tenga como ancestro ideas relacionadas con la fuerza y el control; pero ciertamente las palabras forman parte de la vida y de las circunstancias y sus valores cambian con el correr de los tiempos. Martí expresó que “la virtud no se hizo con alma de lacayo; ni de servilletas y delantales se hacen buenos escudos para las naciones”.

Sobre la virtud han escrito antiguos filósofos como Platón y Sócrates y modernos sociólogos, aunque el tema se ha acomodado de manera preferente al tema religioso. Es interesante que exista una distinción entre las virtudes teologales y las virtudes morales. Las cuatro virtudes clásicas son la templanza, la prudencia, la fortaleza y la justicia. Las virtudes teologales son fe, esperanza y caridad.

De nuevo citamos a Martí, porque esta frase nos hace pensar en la realidad de que la virtud enfrenta una crisis inevitable: “la virtud no puede comprender la villanía, y se deja engañar por ella”. En La Biblia, en el Libro de Los Proverbios se dedica un capítulo a la descripción de una mujer virtuosa, el que comienza con esta intrigante pregunta: “¿mujer virtuosa, quién la hallará?. La idea es que la virtud es tan difícil que hay que exaltar a la persona que la practica, ya sea hombre o mujer.

El problema contemporáneo con la virtud es su descrédito. Concepción Arenal, una escritora nacida en Galicia en el año 1820, y precursora del feminismo español, escribió en cierta ocasión que “las virtudes son hermanas que se abrazan estrechamente, cuando una cae todas vacilan”.

Hoy día muchas personas están inclinadas a creer que vivimos en una sociedad en la que la práctica de las virtudes está en desuso. “Sólo ven y practican la virtud los que son capaces de ella”, afirmó José Martí, aludiendo a la realidad de que no todos los seres humanos alientan ideales puros que puedan asociarse con el respeto a la virtud. Hemos creado un falso ideario de “anti-virtudes”.

Hace años, como materia de estudio, leí con atención el libro del psiquiatra Karl Menninger, “Whatever Became of Sin” (“¿Qué se ha hecho del pecado?”). En esta obra el afamado médico decía que había que tratar médicamente la aflicción mundial de la depresión, la tristeza, el desánimo y la impresionabilidad tan prevalentes. “El vocablo pecado –exponía el doctor-, ha desaparecido prácticamente de nuestro vocabulario; pero el sentido de culpabilidad no se ha ido de nuestras mentes y corazones”. Cuando un ser humano deplora su culpa es porque ha permitido que se pierda su sentido de valores, y eso sucede precisamente con el abandono de la práctica de la virtud.

Desechar la virtud de la honradez por la delincuencia, cualquiera que ésta sea, si es productiva, es acción que azuza el ingenio del deshonesto, hasta que llegue la hora en que es reprendido legalmente por sus acciones y entonces aparece un tardío arrepentimiento.

Cambiar la virtud de la lealtad por la deslealtad nos convierte en traidores, adúlteros, tramposos, desertores y apóstatas. Es oportuno citar de nuevo a Martí: “otros propagarán vicios, o los diseminarán: a nosotros nos gusta propagar las virtudes”.

Las cuatro virtudes clásicas, que ya hemos mencionado, se han convertido en fuente para lo que nos decidimos en llamar “anti-virtudes”. Hemos matado las tradiciones, las viejas costumbres, los antiguos modales. Es decir, hemos fusilado la virtud y su cadáver insepulto ha convertido en mal oliente las paganas actitudes de hoy.

Templanza, en el marco de la doctrina cristiana, es moderar los apetitos y el uso excesivo de los sentidos. Hoy día esta virtud se ha disipado en la práctica de la concupiscencia, la salacidad y la voluptuosidad.

La fortaleza es una virtud cardinal que consiste en vencer el temor y huir de la temeridad. Recordamos, al efecto, una cita clásica de Voltaire: “un coraje indómito, en el corazón de los mortales, hace grandes héroes o grandes criminales”. La persona virtuosa es fuerte ante las tentaciones, ante los débiles y necesitados, y basa su fuerza en la provisión divina. Nace para hacer el bien, no para dejarse vencer por el mal.

La prudencia es la virtud de discernir y distinguir lo que es bueno de lo que es malo, y seguir siempre las normas del bien. Hoy día la virtud es la insensatez, la irreflexión y el atrevimiento de usar el mal como pedestal para disfrute de placeres y beneficios indebidos.

Sobre la justicia Romain Rolland, escritor francés, Premio Nobel de Literatura en el año 1915, escribió esta interesante frase: “Es hermoso ser justo. Pero la verdadera justicia no permanece sentada ante su balanza, viendo oscilar los platillos. Juzga y ejecuta la detención”. La definición de justicia es clara y breve: “principio ético y moral que establece dar a cada quien lo que le corresponde”. “Hacer justicia es hacérnosla”, dijo el Apóstol Martí, y queda todo dicho.

Todos conocemos las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Siguiendo el pensamiento del Dr. Menninger, podemos afirmar que nuestra sociedad sufre de miedo y excesos porque la fe religiosa se ha clausurado. El secularismo, el sincretismo y el hedonismo son males que han arrancado del ser humano su dependencia de Dios, de aquí la decadencia social que todos estamos prestos a denunciar.

La esperanza es la virtud teologal por la que se confía en que Dios nos conceda los bienes prometidos. Es lamentable que en los días que corren haya mucha gente que vive sin esperanzas. “La esperanza -dice Albert Camus- al contrario de lo que todo el mundo cree, equivale a la resignación. Y vivir es no resignarse”. La ausencia de valores espirituales nos deforma el carácter, y sin apenas notarlo, nos convertimos en pesimistas, cínicos y desubicados. Quien no tiene esperanza, no tiene futuro.

Al hablar de virtudes, cobramos conciencia de que le hemos cambiado el rostro al mundo. Lo que antes era el respeto, ahora es la insolencia. Lo que conocíamos como cortesía hoy es una debilidad. La obediencia era una virtud, la desobediencia es una valentía. Vestir con decoro era elegancia, hoy día andar andrajoso, mal oliente y sucio es “estar a la moda” Luis Vives, precursor de la filosofía renacentista de principios del siglo XV, nos legó la siguiente reflexión: “Es ignominioso y despreciable quien instruido y educado en las artes humanas se halla carente de toda virtud”. Martí lo dijo con ahorro de palabras: “El hombre de alma baja, no puede comprender la virtud”.

Los cristianos, las personas de buena voluntad, tienen que convertirse en defensores de la virtud, en soldados del bien, para detener el rumbo de nuestra sociedad hacia el abismo de su disolución. Terminamos enarbolando un reto martiano: “la virtud, más que brida, es látigo. Cuando fustiga es útil, y casi imponente cuando guía”.

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