Carta a Mis Sobrinos
de Xiomara J. Pagés, Enero 19, 2012.
Mis queridos sobrinos,
Pienso en ustedes, sobrino y sobrina, más a menudo de lo que admito. Pero hoy, que mi primer sobrino, cumple 38, me doy cuenta que no puedo aplazar más esta carta... Dice un proverbio chino, que "es más tarde de lo que pensamos"...
Cada noche antes de irme a la cama, pongo en manos, del Dios que yo conozco, cada una de sus vidas. Pienso en mis tres hijos; mis nietos (mi nieta y los que puedan venir); mi única hermana y su esposo; ustedes dos, con sus respectivas familias, que son a la vez lo más cercano a ellos; y continúo hacia los amigos más íntimos y familiares que amo. Todos pasan por mi mente como una película en cámara rápida (los que veo a menudo, los que conversamos más seguidamente ó de vez en cuando, y los que están distantes en otros lugares, o alejados por diferentes circumstancias y ocupaciones). Oro mucho, sobre todo por los enfermos, y por la Paz, pero más que por la paz del mundo, por aquella paz en nuestro interior, que es el único modo de alcanzar la paz mundial.
Cuando naciste tú, mi primer sobrino, me sentí feliz. Eras un pedacito de carne de la hermana que fue mi amiga, mi compañera de juegos, de cantos y de estudios, con la que compartí el gran amor a nuestros padres. Me sonreías, y me sentía viva y feliz. Eres el primero de la tercera generación, el primer hijo, el primer nieto, el primer sobrino, y para mí, un anticipo de lo que yo sentiría al nacer mis propios hijos (tus primos)... Sí, era un sentimiento muy rico, saberte nacido. Cada logro al caminar, hablar, y jugar, era para todos, un trofeo. Luego, la escuela, los amigos, las metas alcanzadas, la carrera los empleos, los negocios....En cada etapa, sobrino, aunque no lo sepas, está siempre la oración y la bendición de esta tía.
Más tarde, llegó tu hermana. Mi segunda sobrina, tú fuiste la mujercita que yo siempre he deseado en mi corazón, una niña linda, cariñosa, que lloraba chiquitica entre mis brazos, con aquella melenita tan copiosa y negra en la cabeza. Vine expresamente desde el extranjero donde vivía entonces, para bautizarte, pues además de tía, soy tu madrina. Tus primeras gracias y logros me los perdí al estar tan lejos, aunque por cartas y teléfono, tu madre y tu abuela, me ponían al día... Pronto recuperé lo perdido antes de que cumplieras los dos años. Ustedes dos, mis sobrinos, eran y siguen siendo mi alegría, con cada pasito, cada diente, cada palabra, cada caricia y cada beso, cada pena o alegría, cada triunfo ó cada fracaso... y luego, con cada uno de sus hogares, sus matrimonios, cada uno de sus hijos, es un eslabón más en esta cadena familiar que me llena de gozo.
Los años van pasando. Mis padres ya no están, y por esas cuestiones de la existencia, cuando se nos acerca la vejez, nos llenamos más de recuerdos y memorias, y pensamos lo felices que estarían, como me siento yo hoy, mirando lo que miro. Desde algún lugar, sé que nos observan complacidos.
Nada hay más importante en el mundo, que el amor, ese pegamento que úne, cura, y alivia, pero más importante aún, es el amor en familia, pese a todos los defectos, las heridas, las discrepancias ó inexactitudes. No lo olviden nunca, y luchen porque permanezca en sus vidas.
Un día, ya no estaré aquí, pero siempre recuerden todo el orgullo que sentí, de saberme tía de ustedes, hijos de mi única hermana y de mi cuñado, que ha sido como un verdadero hermano. No corran mucho, no tengan tanta prisa. No trabajen demasiado, aunque tal vez tengan menos cosas materiales, pero que nunca les falte el tiempo compartido en familia, que es el más enriquecedor de nuestras vidas. Los hijos raramente se acuerdan en detalles, de qué casa, cuántos adornos o lujos, o qué carro tenía la familia, sin embargo, no se olvidan de lo que sintieron, lo que pensaron, lo que experimentaron cuando papá ó mamá, ó alguien de la familia jugó, compartió con ellos... quién los aceptó, les dió su tiempo, los escuchó con atención y sobre todo cuánto los amaron. Es así como se crean memorias dignas de recordar.
Yo he sido amada y mucho, a pesar de tantos golpes y heridas en mi transitar por este mundo. Crecí en un hogar bendito, rodeada de cariño y aceptación. No fue un hogar perfecto, pero sí, muy humano y cristiano. Éramos pobres y humildes, pero muy ricos en el amor. Es uno de los tesoros más grande que Dios me dió, el mayor legado de mis padres, entre esos tantos recuerdos y memorias. Les dejo pue, ese mismo legado a ustedes y a sus lindas familias.
Los amo y bendigo,
Tía
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