La Duendecilla Preguntona
autor: Jose Ramón González [Charlie]
© Copyright 2020
En lo más
intrincado de un colorido bosque, allá en aquel país desconocido y sin nombre, acababa
de nacer un hermosa y pequeñísima criatura,
con apenas un centímetro de tamaño.
Húmeda aún por el rocío de la mañana, sus sollozos
de recién nacida despertaban a todos los habitantes de la floresta, era Lía
la nueva integrante de la familia de los
Duendes.
Claro, debemos aclarar
que los Duendes tienen un régimen jerárquico
y de especialización de sus deberes. Se
dividen en varios grupos acorde al trabajo que les toca realizar por cuestión hereditaria. Así de
generación en generación los encargados de la limpieza del bosque seguirán por la eternidad haciendo ese tan
preciado trabajo, de la misma forma que los encargados del orden y los aspectos
legales y jurídicos del mismo, o sea
los abogados, se
encargarán siempre de darle
solución justa a todos los litigios de la comarca.
Por otra parte, también están los recolectores, los pescadores, Mmm..., disculpen ha habido un error en la
narración, puesto que es importante recalcar que los Duendes solo se alimentan de vegetales y frutas, me refería
a los constructores, (jijiji). Bueno, el hecho es
que había de todo tipo de trabajos inimaginables y con una alta especialización, trasmitida de padres a hijos, propio de una sociedad donde todo, absolutamente
todo, provenía de la naturaleza.
La pequeña Lía pertenecía a un linaje
muy exclusivo dentro de esta sociedad de Duendes, ya
que sus padres pertenecían al grupo más
preciado de esa mini -civilización, pues eran
los centinelas del tesoro duendecillo.
Cualquiera al escuchar la palabra tesoro
tal vez pueda pensar en un cofre gigante de piedras preciosas:
diamantes, rubíes, esmeraldas, crisantemos, zafiros, aguamarinas, Uyyy, debo
parar pues de pronto el cuento deslumbraría al lector con su brillo, y por supuesto, ése no es el propósito, ¿verdad? ...
Bueno, pues no piensen mucho en un tesoro material de tal envergadura, el tesoro de los Duendes es su sabiduría, y solo un pequeño
grupo de los habitantes del bosque tenían ese inmenso privilegio, de trasmitir de generación en generación, la sabiduría secreta e ilimitada de los Duendes.
Por supuesto, mi querido lector, esa sabiduría no venía de la nada, era la recopilación de miles
y miles de años
de convivencia de una civili-duendización a través
de muchos, pero muchos años.
Lía,
como integrante de una familia de
tesoreros, no podía ser diferente al resto
de los de su linaje. La característica más prominente de un tesorero, es la constante pregunta a flor de labios, la comunicación persistente con animales,
plantas, flores, piedras, aire, agua, fuego. En fin,
que cada uno de los elementos del
entorno de un bosque, puede ser el blanco perfecto para preguntas de un Duende
tesorero. Por supuesto, existe otro detalle de los Duendes tesoreros, y es que ellos además, pueden comunicarse con animales y plantas, y
reconocer el lenguaje del agua, del viento, del
fuego, y de ahí que todos los elementos
de la tierra están extremadamente bien controlados en aquellos lugares
donde habitan estas pequeñas criaturas.
Pero, volvamos a la pequeña recién nacida que ya al paso del
tiempo aprendió a caminar y conoció el lenguaje de los animales y de las plantas.
A cada momento, no dejaba de saludar y conversar con sus
amigos del bosque. -¡Buenos Días Señora Rana! - ... - ¡Croac,
Croac!-, respondía la rana, que apresurada saltaba entre las hojas del junco,
en busca de un pequeño insecto que llevarse a su enorme boca. - ¿No tendría usted el más mínimo tiempo para atenderme?- replicaba Lía,
-pues la verdad, tengo
unas cuantas preguntas que
hacerle, por favor, solo son unas veinte
o treinta. -... -¡ Croac, Croac, mi amiga, estoy muy, pero muy atareada en encontrar alimento y cuando el estómago está vacío, la cabeza no piensa- protestó
la rana.
Pobre Lía, en su afán
por conocer y que otros le prestaran atención, no se daba cuenta de lo
desmesurada que corre la vida en un bosque. Todos, animales
y plantas, siempre tienen algo que hacer
ya sea de día o de noche. Pero claro, Lía era descendiente de tesoreros, y ellos
son muy persistentes, preguntones, y acopiadores de sabiduría, solo así se llega
a alcanzar tal nivel de conocimiento. Y
es que
Preguntar, mis queridos lectores, es la puerta del conocimiento, detrás de cada
pregunta hay una respuesta. Así , nuestra pequeña protagonista no se
cansaba de preguntar y establecer amistad con cada uno de los amiguitos del bosque, lo cual era una tarea
difícil, pues en ocasiones, era rechazada por alguno que otro, alegando,
- ¡Ufff, mira que esa niña pregunta y no deja que uno
realice sus habituales tareas !-
No siempre todos le respondían así. Por
ejemplo, su mejor amiga la ardillita Rufina, todo el tiempo la montaba encima de su
lomo, y a la par que hacía sus quehaceres del día, respondía todas sus preguntas ya que por ser de su propia generación, compartían los
mismos juegos. Y
Lía no cesaba de dirigirle
una pregunta tras otra a su confidente amiguita... - ¿Por qué las ardillas tienen esos dientes
tan grandes?-... preguntaba, - Pues porque somos roedores- replicaba Ruffina - y los roedores necesitamos dientes así para poder roer las semillas, las ramas de los árboles, las frutas con cáscara muy dura como la nuez.
-
Y continuaba la duendecilla, - ¿Y por qué siempre están tan apuradas? ...
-Pues
porque el día es muy corto, el invierno se acerca y tenemos que recopilar la
mayor cantidad de semillas para tener abundante comida en nuestro refugio
durante las nevadas-
respondía
dulcemente su amiga la ardilla.
Así
transcurrían los días y los
meses, en la vida de nuestra pequeña Lía,
nuestra amiguita que ya había crecido un centímetro
y medio, que proporcionalmente para los humanos correspondería
a un metro y medio.
Lía se había convertido en toda
una bella joven Duende, ataviada con hermosos collares, adornos florales en su pelo y con exuberantes
olores de los más rebuscados perfumes
naturales de la campiña: un día olía a
rosas; otro día a margaritas; y otro a claveles; siempre un olor distinto pero agradable en su pequeño cuerpecito. Lo más impresionante no era la belleza de la pitufina, sino todo el
caudal de conocimiento que había adquirido en toda una vida de pregunta
tras pregunta. Era la
duendecilla acaudalada del más inmenso tesoro de los Duendes, pues su riqueza en sabiduría era tal , que no había un habitante en el país sin nombre, ya
fuera Duende, animal o planta, que no se alimentara de su conocimiento.
En toda la comarca solo había un habitante que no compartía amistad con Lía, alguien que muchas veces renegó de sus preguntas, y se consideraba todo un sabiondo, conocedor de todos los árboles, del sabor de todas las plantas, conquistador de las profundas aguas de los ríos, y hasta alardeaba de ser un gran arquitecto, ingeniero
civil, matemático, y el más hábil constructor de diques. Ya con
esas características, mi querido lector, se habrá
dado cuenta de quién estamos
hablando....Mmm, digo escribiendo.
Era nada más y nada menos que
un castor, Rogelio, y hasta
su nombre suena sangrón. Algo así como
Ramón, Ufff, peor todavía,
pero bueno, así era su nombre Rooo-geee-lii-oo, con R,
con G y con O.
Disculpen esta pequeña demora en mi
relato, mis queridos amigos, pero bien
vale la pena mencionar despacio este
nombre que tantos problemas les trajo a los habitantes de aquel bosque que hasta ese momento vivían tan
felices, hasta que un inusitado
suceso aterrador tomó lugar.
En más de una ocasión se había suscitado
alguna que otra controversia entre
nuestra pequeña duendecilla y el preponderante castor Rogelio. Todo giraba alrededor de un viejo proyecto
del roedor, que planificaba desde hacía algún tiempo , construir su obra maestra, un
enorme dique, que según él iba a cubrir
de gloria a toda su familia por los siglos de los siglos. Semejante dique necesitaba de
muchísima madera que
aniquilaría la mitad del bosque
en su afán. Además, necesitaría remover tanto lodo alrededor del río, que los vecinos del lugar cambiarían su bello paisaje de árboles y flores por solo
un aburrido pantano de lodo y tocones destruídos.
Todo esto, afectaría el oxígeno del bosque, el hábitat de sus moradores, el suelo se desgastaría, vendría la sequía por carencia de lluvia, y serían muy escasos los alimentos en el
bosque. Pero claro, existían algunos aliados del castor, como los cocodrilos, felices de expandir su pantano; las serpientes, deseosas de ser partidarias de semejante festín;
y muchos insectos, que ya
se creían los reyes del pantano, como el
bien conocido y fastidioso mosquito.
Pues así, tal y como se los cuento, sucedió.
El oportunista castor arruinó medio bosque, dejando sin casas
a muchos de sus vecinos. Los pobres pájaros del bosque tuvieron que reconcentrarse en otros lugares menos
propicios; las mariposas dejaron de
libar las flores ya extintas; las
ardillas, entre ellas Rufina, lloraban despavoridamente por la pérdida de
sus refugios; el pájaro carpintero
perdió su trabajo pues cada vez había menos árboles que tallar; y qué decir de los Duendes. Estos tuvieron que reunirse en una asamblea
para discutir la difícil situación que enfrentaban. Los tesoreros de la comarca reunidos,
no llegaban a un acuerdo referente a qué medidas tomar para paliar la situación.
Un dolor inmenso anidaba en todos los corazoncitos de los Duendes
y de cada
uno de los habitantes del bosque, pues
la situación era desastrosa.
Hasta se decretó zona de
desastre, y las brigadas de fenómenos
naturales se dezplazaban por todo el bosque tratando de encontrar una
solución. Solo existía una esperanza
en situación tan crítica, y esa esperanza tenía un nombre “Lia”, la duendecilla de más conocimiento acumulado de tanto preguntar una y otra vez. Lía
había urgado tan profundamente que poseía una gran sabiduría, y
por ello, ahora en sus manos estaba la salvación del bosque.
A una sola voz todos clamaron…
- ¡ Liaaaa, Liaaaa,
dános tu sabiduríaaa !! -.
Y ahora, allí,
aquella figura tan pequeñita, frente a todos los habitantes del bosque, se veía
como un
colosal monumento, enorme de corazón y espíritu, con
tal tristeza en la
profundidad de su alma por ver el desastre que enfrentaban, que una
luz ancestral iluminó
su mente y le hizo exclamar,
con cierto matiz de seguridad ...
-
No os preocupéis habitantes del país sin nombre, yo os daré
mi sabiduría, proveniente de mi
constante preguntar día tras día, y la respuesta a todas sus
inquietudes está en mi mente,
y me debo a ustedes.- Enseguida una algarabía multilíngue
se dejó escuchar acompañada de
gritos y vítores, dejando entender que
la esperanza había retornado al bosque.
Como Divina Providencia cada una de las
medidas tomadas por Lía parecía haber
venido de Dios. Con justa y oportuna
designación ordenó a cada uno de los
moradores una misión diferente.
A los pájaros y a los insectos beneficiosos, les pidió que trajeran semillas del lado del bosque que aún no había sido
destruído; a los topos les
ordenó preparar la tierra nuevamente con esa habilidad que tienen de
abrir huecos. Luego de sembradas las semillas, les pidió a los caballos salvajes que trotaran encima del campo sembrado, para así taparlas y que no quedaran expuestas al sol; a las
golondrinas les pidió que arrojaran bolitas de lodo y tierra seca sobre la pradera inundada. Así
mismo, pidió a los eucaliptos, esos árboles grandes consumidores de agua, que secaran los pantanos. Al germinar los árboles, muy
pronto las mariposas y los colibríes comenzaron
a traer el polen para polinizar las
flores y que dieran frutos. Hasta los más pequeños hicieron de las suyas para restablecer el orden, pues las bacterias beneficiosas convirtieron
los desechos en abono productivo para los
árboles.
En muy poco tiempo ya el bosque había
cambiado su apariencia y todos sus
habitantes felices agradecían a Lía por
esa gran sabiduría. El malvado Rogelio y
su camarilla fracasaron en hacer del bosque un enorme pantano, y no
pudieron construir una
presa para el río, que no era más que para su propio beneficio y el de sus amigotes, porque al venir nuevamente la lluvia y el viento
comandados por Lía, destruyeron el dique y el río volvió a tomar su cauce.
Todo, todo volvió a la normalidad, y eso
gracias al tesoro acumulado por Lía en su
constante preguntar.
Frente a todo el bosque ahora está nuestra protagonista dando un consejo a todos los habitantes , y empieza diciendo:
-Mis
queridos amigos, les doy las gracias de corazón a todos, porque unidos hemos logramos restablecer nuevamente al bosque, y se han dado cuenta que la sabiduría viene de cada uno de ustedes,
ya que cada uno juega un papel
importante en el ciclo de este bosque, cada uno forma parte de una cadena, cada
uno con su propia sabiduría hace que
seamos un país de sabios. Esa sabiduría en cada uno ha sido trasmitida por nuestros padres y nosotros la trasmitiremos a nuestros hijos.-
Y concluyó diciéndoles...
-No hay sabiduría que no
se adquiera preguntando, estudiando,
a través del juego con nuestros amigos y familiares. No hay sabiduría si no hay preguntas,
pues detrás de cada pregunta, siempre habrá una respuesta,
un conocimiento, y por eso les aconsejo
tener paciencia con aquéllos que
pertenecemos al grupo de los tesoreros del bosque, pues es en nosotros donde
está guardada la semilla del
conocimiento para que en
momentos como éstos, confíen en
nuestras preguntas, y dediquen
tiempo a escuchar nuestros razonamientos,
pues solo así, salvarán al bosque cuando sea necesario.-
''Hacer preguntas es prueba de que se piensa.'' (Rabindranath Tagore, filósofo hindú)
FIN
No comments:
Post a Comment